12+1 en honor del “maestro”
Nieto. Sin lugar a dudas, él tiene una parte de “culpa” de que muchos de
nuestra generación y de las siguientes tengamos el veneno de las motos metido
en la sangre; y para esto no hay antídoto.
Din, don, dan, din.
-Good morning, we are entering the port of Frederikshavn….
Son las siete de la mañana. Por
la megafonía de los camarotes una voz femenina nos despierta. Por fin resolví la duda que anoche me hizo pensar: ¿Nos despertarían? o ¿sería necesario
poner el despertador? Era obvio que el barco lo tendrían que despejar lo antes
posible para iniciar el procedimento de recibir a un nuevo pasaje y volver hacia
Oslo.
Descarga del Stena Saga por proa |
Nos vestimos, recogimos todos los
bártulos y bajamos hacia las bodegas del Stena Saga. Amarramos todos
los enseres a Caldera mientras los mozos del puerto hacían lo propio con el
barco a los norays del muelle. Los moteros ingleses ya han bajado y han preparado sus
monturas. La proa del barco se abre como el pico de un gran pájaro y nos
muestra el amanecer danés.
- ¿Qué pasa, cordobeses?¡Vamos
que nos vamos!
Bajamos las rampas metálicas
que nos llevan a tierra firme y
confirmamos nuestra sospecha: está lloviendo.
- Papá ¿Nos ponemos los monos de agua?
-Venga. Vamos a aprovechar esta
marquesina y nos los ponemos. Si nos mojamos, ya no tendrá sentido que nos
pongamos los impermeables encima de los equipos ya empapados.
Nos colocamos los monos de agua en el mismo puerto |
Hicimos un “standby” a 200 metros de la proa
del crucero y allí mismo nos pusimos una cáscara más. Cuando estás forrado de
esa forma uno se mueve como Robocop.
Los moteros sabemos, por el principio de Murphy, que si no llevas el mono de agua puesto, te cae el turbión del siglo. Sin embargo, si lo llevas puesto y por ese dichoso principio, puede que no te caiga ni una gota.
Así iniciamos el día, forrados
hasta las cejas, con el cielo de color “panza burra” y lloviendo
constantemente.
Repostamos, desayunamos algo y
Jesús cogió los mandos de Caldera.
La etapa de hoy volvía a ser una de
las etapas maratón. Más de 900
km. La diferencia con las etapas de los días anteriores
es que hoy sería todo por autovía, y esa diferencia es enorme. Etapas por
autovía como las de hoy se superan con constancia. Cuando son por carretera
convencional, las etapas se superan por cabezonería: O la etapa o tú.
Hacer 900 kilómetros en
Caldera por autovía es pura delicia. Pones el control de crucero, haces sonar la música que te apetezca y si respetas los límites de velocidad, lo puedes hacer en diez u
once horas. Si no eres motero es mejor que no te lo plantees porque acabarás
harto, muy harto. Sin embargo, si te gustan las motos sabes que son diez o más
horas haciendo algo que te gusta. Además, se da la curiosa circunstancia de
que cuando llevas ocho horas o así, por aquello de que esto raya el masoquismo,
es cuando piensas:
- ¡Qué bien me lo estoy pasando!
Mientras, puede que afuera (del casco) te esté cayendo “la del pulpo”.
- ¡Qué bien me lo estoy pasando!
Mientras, puede que afuera (del casco) te esté cayendo “la del pulpo”.
Al rato yo ya estaba pegando
cabezazos en el hombro de Jesús. El sueño me estaba volviendo a hacer de las
suyas.
- Papá ¿cómo vas?
- Bien. Con un poco de fresco y un
pie mojado.
Como mis botas tienen bastantes
años, se ve que la membrana impermeable ya está rota por algún sitio.
Seguimos avanzando y yo dando cabezadas. De
pronto me saca del sopor la reducción de velocidad y la irregularidad de la
carretera. Jesús se estaba deteniendo en un área de descanso.
- ¿Por qué te paras, Jesús?
- Para que te abrigues y
arreglemos lo de la bota.
¿No es para darle un beso?
Yo, sin embargo, me revelé como
un niño pequeño al que sacan del sueño más dulce. Medio rabioso, somnoliento, con ganas de patalear y de seguir durmiendo, le dije que no tenía
importancia, que siguiéramos. Pero nada, no hubo manera. Jesús es tozudo como
una mula de Arkansas. Deshizo mi maleta y me sacó un polar normal para no tener
que colocar el forro térmico del chaquetón, además buscó un calcetín seco.
Se puso delante de mí con los brazos en jarra y me dijo que de allí no nos
movíamos hasta que no estuviera todo en orden. No tuve más remedio que claudicar y hacerle
caso. Me puse el polar. Me quité el calcetín mojado. Sequé el pie que estaba
bastante frío y después de ponerme el calcetín seco, Jesús había preparado una bolsa finita en la que llevábamos la fruta, para ponérmela dentro de la bota y
que el calcetín no se volviera a mojar. Una vez todo resuelto continuamos la
marcha.
Tuvimos alrededor de doscientos
kilómetros pasados por agua. Después, el día seguía muy nuboso pero la lluvia
se contenía.
El terreno volvía ser llano como la palma de la mano y la
carretera recta, muy recta.
Llegó la hora de comer y como hoy
era Domingo no nos preocupamos de buscar supermercados abiertos. Desde la
autovía divisamos un logo de McD…. y allá que fuimos a repostar Caldera y
nosotros.
Estuvimos comiendo en el exterior
para que no nos dieran calor los chaquetones y el mono de agua que llevábamos puestos. Pero,
al estar fuera, nos estábamos dando cuenta de que de un momento a otro se podía
desencadenar “la Tormenta Perfecta”.
Terminamos con prisa nuestros
“McLeches” (nunca se me quedan los nombres estos) y nos subimos en Caldera
cayendo las primeras gotas. Jesús volvía a llevar el manillar de la moto y yo
de copiloto. En el momento que nos incorporamos a la autopista empezó a llover. Llover, lo que se dice llover.¡Qué maneras de comer arroz!¡Qué turbión de agua!¡Qué
cabreo tenía San Pedro!
Yo, por más que cambiaba la
posición de la visera, de mis gafas, la inclinación del casco con respecto al viento, no conseguía ver nada.
A continuación tuvimos este diálogo a voces para poder superar el ruido de las gotas golpeando sobre los cascos:
-Jesús ¿tu ves algo?
-Si papá. Algo si veo.
-¿Qué es lo que ves?
-¡La lluvia!
-¡Lechuga!¡eso también lo veo yo,
cachondo!
-Jesús ¿tu verías, con la que
está cayendo, un coche que frenase a cincuenta metros de nosotros?
-Sí, papá.
-¡Ea! Pues entonces continúa. Me
fío de ti.
De esto no hay fotos porque no llevábamos camara submarina
Yo no veía absolutamente nada,
pero Jesús, por estar más protegido por el gran carenado de Caldera,
puede que viese algo.
Fueron cincuenta kilómetros
dentro de una manta de agua. Pero eso es lo que tocaba en ese momento y había
que apechugar. Punto.
De pronto la tormenta amainó y el
cielo empezó a aclararse. Quedaron nubes pero ya no volvió a llover en toda la
jornada. Los monos de agua decidimos dejárnoslos puestos por lo del Murphy ese.
Serían algo menos de las seis de
la tarde cuando paramos a repostar y buscar alojamiento. Nuestra intención
era visitar Ámsterdam, pero ir a un camping nos obligaría a estar en las
afueras de la ciudad, con los consiguientes desplazamientos, pérdidas de tiempo, y riesgo de
que por la noche volviera a llover y se mojase todo. Por ello, vimos más recomendable hospedarnos en un hotel. De nuevo el Internet salvador fue nuestra
herramienta para localizar alojamiento. Pero, ¡que graciosos los de la
gasolinera!. En un cartel decían: FREE WIFI. ¡Maldita sea el free wifi! Intenté
reservar la misma habitación cuatro veces. Cuando estaba a punto de confirmar,
el wifi “petaba” y me quedaba con la operación colgando. Ya llevábamos media
hora con las gestiones de la habitación. Al final opté por activar el Internet
“de pago” y olvidarme del “free wifi”. Ahora que caigo… ¿Sería “free wifi” una
bebida gaseosa? Conseguimos reservar la habitación en un hotel con vistas
al canal principal de Ámsterdam y pudimos continuar para terminar la etapa de
hoy.
Llegamos a Ámsterdam sobre las siete de la tarde. Aparcamos la moto en la acera al pie de la fachada lateral del edificio donde estaba el hotel. El hotel/hostal lo componían la segunda y tercera planta de un edificio antiguo. Cuando entramos en el portal nos llevamos una sorpresa muy empinada. Las escaleras eran tan inclinadas que era muy difícil escalarlas con los bultos. No exagero, había que ES CA LAR LAS.
Las escaleras del Tibet |
Esa colcha ¿no es de IKEA? |
Provistos del plano de la ciudad
arrancamos nuestra visita. Ámsterdam le gustó mucho a Jesús desde el primer momento.
Yo la conocía de una anterior visita que hice con Marga.
Ámsterdam es una ciudad humana y cercana.
La cantidad de bicicletas que abarrotan las aceras le da un cierto carácter
bohemio. Apenas hay ruido de coches y motos. A la hora que iniciamos nuestro
paseo ya había mucha gente en las terrazas. Unos comenzando a cenar y otros
disponiéndose a ver la final del mundial de Brasil entre Alemania y Argentina.
Aquí, supongo que por la proximidad, prácticamente todo el mundo estaba a favor
de Alemania. Los argentinos se habían aglutinado en ciertos bares para aunar
los ánimos hacia su selección. El centro de la ciudad lucía un ambiente espectacular.
Toda la gente estaba en la calle disfrutando de la tarde mundialista y parece que a san Pedro se le había pasado el
enfado.
La cena la hicimos en un kebab
donde nos pusieron unas patatas fritas que estaban muy buenas. Yo repetí.
Bicis de todos los tipos y tamaños |
España por todos sitios |
los famosos quesos holandeses |
...bicicletas |
y más bicicletas |
Riquísimas las "patatuelas"... |
Ya repuestos, continuamos
nuestro paseo por el barrio Rojo y demás lugares conocidos de la ciudad. Yo
hice de guía de Jesús enseñándole los sitios que hacía bastantes años habíamos
visitado su madre y yo. Sobre las once arribamos a nuestro hotel para consumir
nuestro merecido descanso.
Ámsterdam "la nuit" |
Sin darnos apenas cuenta, el
final del viaje se empezaba a adivinar. Aún quedaban algunas jornadas, pero el
hecho de haber vuelto a la
Europa “de toda la vida” me hacía tener la impresión de que
la meta estaba cada vez más cerca.
Nosotros seguíamos manteniendo a
nuestras “correspondientes” engañadas. Hoy les contamos que habíamos visitado
un glaciar y que íbamos a acampar muy cerca de él. Que todo marchaba
estupendamente. Y, para darles ánimos, que pronto nos tendrían por Córdoba.
El paseo por Ámsterdam con Jesús había
terminado. Hacía años que yo había visitado aquella ciudad con la madre del que ahora dormía a pierna
suelta en mi misma cama, porque era la última cama libre que quedaba en aquel
recoleto hotelito con vistas al canal.
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