domingo, 13 de julio de 2014

Día 12+1: Frederiskhavn, Hamburgo, Amsterdam (973 kms.)



12+1 en honor del “maestro” Nieto. Sin lugar a dudas, él tiene una parte de “culpa” de que muchos de nuestra generación y de las siguientes tengamos el veneno de las motos metido en la sangre; y para esto no hay antídoto.


Din, don, dan, din.
-Good morning, we are entering the port of Frederikshavn….

Son las siete de la mañana. Por la megafonía de los camarotes una voz femenina nos despierta. Por fin resolví la duda que anoche me hizo pensar: ¿Nos despertarían? o ¿sería necesario poner el despertador? Era obvio que el barco lo tendrían que despejar lo antes posible para iniciar el procedimento de recibir a un nuevo pasaje y volver hacia Oslo.
Descarga del Stena Saga por proa
Nos vestimos, recogimos todos los bártulos y bajamos hacia las bodegas del Stena Saga. Amarramos todos los enseres a Caldera mientras los mozos del puerto hacían lo propio con el barco a los norays del muelle. Los moteros ingleses ya han bajado y han preparado sus monturas. La proa del barco se abre como el pico de un gran pájaro y nos muestra el amanecer danés.

El día es gris, pero desde donde estamos no apreciamos si esta lloviendo. Empiezan a arrancar los motores de todas las motos y a salir los motoristas ingleses. Le doy al botón de arranque y Caldera no despierta. Vuelvo a darle, y nada. La moto no arranca. El rubio estibador que ha liberado a Caldera del estabilizador está delante de nosotros esperando a que salgamos. Su cara no es amigable. La mía tampoco. ¿Qué puñetas le pasará a la Gording?. Me levanto del asiento y miro hacia abajo y ahí estaba el problema; ayer, al aparcarla sobre el adminículo, la dejé con la marcha atrás metida. La moto tiene un sistema de seguridad para que no se pueda arrancar con la marcha atrás puesta. ¡Menos mal! Desengrano la marcha atrás y vuelvo a pulsar el “start”. El motor de Caldera cobra vida. Ronronea alegre dándonos los buenos días.
- ¿Qué pasa, cordobeses?¡Vamos que nos vamos!
Bajamos las rampas metálicas que  nos llevan a tierra firme y confirmamos nuestra sospecha: está lloviendo.
- Papá ¿Nos ponemos los monos de agua?
-Venga. Vamos a aprovechar esta marquesina y nos los ponemos. Si nos mojamos, ya no tendrá sentido que nos pongamos los impermeables encima de los equipos ya empapados.
Nos colocamos los monos de agua en el mismo puerto
Hicimos un “standby” a 200 metros de la proa del crucero y allí mismo nos pusimos una cáscara más. Cuando estás forrado de esa forma uno se mueve como Robocop.
Los moteros sabemos, por el principio de Murphy, que si no llevas el mono de agua puesto, te cae el turbión del siglo. Sin embargo, si lo llevas puesto y por ese dichoso principio, puede que no te caiga ni una gota.
Así iniciamos el día, forrados hasta las cejas, con el cielo de color “panza burra” y lloviendo constantemente.
Repostamos, desayunamos algo y Jesús cogió los mandos de Caldera.
La etapa de hoy volvía a ser una de las etapas maratón. Más de 900 km. La diferencia con las etapas de los días anteriores es que hoy sería todo por autovía, y esa diferencia es enorme. Etapas por autovía como las de hoy se superan con constancia. Cuando son por carretera convencional, las etapas se superan por cabezonería: O la etapa o tú.
...and singing in the rain....

Hacer 900 kilómetros en Caldera por autovía es pura delicia. Pones el control de crucero, haces sonar la música que te apetezca y si respetas los límites de velocidad, lo puedes hacer en diez u once horas. Si no eres motero es mejor que no te lo plantees porque acabarás harto, muy harto. Sin embargo, si te gustan las motos sabes que son diez o más horas haciendo algo que te gusta. Además, se da la curiosa circunstancia de que cuando llevas ocho horas o así, por aquello de que esto raya el masoquismo, es cuando piensas:
- ¡Qué bien me lo estoy pasando!
Mientras, puede que afuera (del casco) te esté cayendo “la del pulpo”. 
Al rato yo ya estaba pegando cabezazos en el hombro de Jesús. El sueño me estaba volviendo a hacer de las suyas.
- Papá ¿cómo vas?
- Bien. Con un poco de fresco y un pie mojado.
Como mis botas tienen bastantes años, se ve que la membrana impermeable ya está rota por algún sitio.
 Seguimos avanzando y yo dando cabezadas. De pronto me saca del sopor la reducción de velocidad y la irregularidad de la carretera. Jesús se estaba deteniendo en un área de descanso.
- ¿Por qué te paras, Jesús?
- Para que te abrigues y arreglemos lo de la bota.
¿No es para darle un beso?
Yo, sin embargo, me revelé como un niño pequeño al que sacan del sueño más dulce. Medio rabioso, somnoliento, con ganas de patalear y de seguir durmiendo, le dije que no tenía importancia, que siguiéramos. Pero nada, no hubo manera. Jesús es tozudo como una mula de Arkansas. Deshizo mi maleta y me sacó un polar normal para no tener que colocar el forro térmico del chaquetón, además buscó un calcetín seco. Se puso delante de mí con los brazos en jarra y me dijo que de allí no nos movíamos hasta que no estuviera todo en orden. No tuve más remedio que claudicar y hacerle caso. Me puse el polar. Me quité el calcetín mojado. Sequé el pie que estaba bastante frío y después de ponerme el calcetín seco, Jesús había preparado una bolsa finita en la que llevábamos la fruta, para ponérmela dentro de la bota y que el calcetín no se volviera a mojar. Una vez todo resuelto continuamos la marcha.
día gris para viajar
Tuvimos alrededor de doscientos kilómetros pasados por agua. Después, el día seguía muy nuboso pero la lluvia se contenía.
El terreno volvía  ser llano como la palma de la mano y la carretera recta, muy recta.
Llegó la hora de comer y como hoy era Domingo no nos preocupamos de buscar supermercados abiertos. Desde la autovía divisamos un logo de McD…. y allá que fuimos a repostar Caldera y nosotros.
Estuvimos comiendo en el exterior para que no nos dieran calor los chaquetones y el mono de agua que llevábamos puestos. Pero, al estar fuera, nos estábamos dando cuenta de que de un momento a otro se podía desencadenar “la Tormenta Perfecta”.
Terminamos con prisa nuestros “McLeches” (nunca se me quedan los nombres estos) y nos subimos en Caldera cayendo las primeras gotas. Jesús volvía a llevar el manillar de la moto y yo de copiloto. En el momento que nos incorporamos a la autopista empezó a llover. Llover, lo que se dice llover.¡Qué maneras de comer arroz!¡Qué turbión de agua!¡Qué cabreo tenía San Pedro!
Yo, por más que cambiaba la posición de la visera, de mis gafas, la inclinación del casco con respecto al viento, no conseguía ver nada.
A continuación tuvimos este diálogo a voces para poder superar el ruido de las gotas golpeando sobre los cascos:
-Jesús ¿tu ves algo?
-Si papá. Algo si veo.
-¿Qué es lo que ves?
-¡La lluvia!
-¡Lechuga!¡eso también lo veo yo, cachondo!
-Jesús ¿tu verías, con la que está cayendo, un coche que frenase a cincuenta metros de nosotros?
-Sí, papá.
-¡Ea! Pues entonces continúa. Me fío de ti.


De esto no hay fotos porque no llevábamos camara submarina


Yo no veía absolutamente nada, pero Jesús, por estar más protegido por el gran carenado de Caldera, puede que viese algo.
Fueron cincuenta kilómetros dentro de una manta de agua. Pero eso es lo que tocaba en ese momento y había que apechugar. Punto.
De pronto la tormenta amainó y el cielo empezó a aclararse. Quedaron nubes pero ya no volvió a llover en toda la jornada. Los monos de agua decidimos dejárnoslos puestos por lo del Murphy ese.
Serían algo menos de las seis de la tarde cuando paramos a repostar y buscar alojamiento. Nuestra intención era visitar Ámsterdam, pero ir a un camping nos obligaría a estar en las afueras de la ciudad, con los consiguientes desplazamientos, pérdidas de tiempo, y riesgo de que por la noche volviera a llover y se mojase todo. Por ello, vimos más recomendable hospedarnos en un hotel. De nuevo el Internet salvador fue nuestra herramienta para localizar alojamiento. Pero, ¡que graciosos los de la gasolinera!. En un cartel decían: FREE WIFI. ¡Maldita sea el free wifi! Intenté reservar la misma habitación cuatro veces. Cuando estaba a punto de confirmar, el wifi “petaba” y me quedaba con la operación colgando. Ya llevábamos media hora con las gestiones de la habitación. Al final opté por activar el Internet “de pago” y olvidarme del “free wifi”. Ahora que caigo… ¿Sería “free wifi” una bebida gaseosa? Conseguimos reservar la habitación en un hotel con vistas al canal principal de Ámsterdam y pudimos continuar para terminar la etapa de hoy.





Llegamos a Ámsterdam sobre las siete de la tarde. Aparcamos la moto en la acera al pie de la fachada lateral del edificio donde estaba el hotel. El hotel/hostal lo componían la segunda y tercera planta de un edificio antiguo. Cuando entramos en el portal nos llevamos una sorpresa muy empinada. Las escaleras eran tan inclinadas que era muy difícil escalarlas con los bultos. No exagero, había que ES  CA  LAR  LAS.
Las escaleras del Tibet
Lo único que faltaba en el portal era que hubiese unos crampones para ponértelos antes de subir. Nos recibió un atento chico de rasgos orientales. Nos enseñó nuestra habitación y el resto de las dependencias. Con ello quedamos instalados en la ciudad de las bicicletas. El quitarnos todas las capas del ropaje motero y la ducha supusieron un alivio.
Esa colcha ¿no es de IKEA?
Provistos del plano de la ciudad arrancamos nuestra visita. Ámsterdam le gustó mucho a Jesús desde el primer momento. Yo la conocía de una anterior visita que hice con Marga.
Ámsterdam es una ciudad humana y cercana. La cantidad de bicicletas que abarrotan las aceras le da un cierto carácter bohemio. Apenas hay ruido de coches y motos. A la hora que iniciamos nuestro paseo ya había mucha gente en las terrazas. Unos comenzando a cenar y otros disponiéndose a ver la final del mundial de Brasil entre Alemania y Argentina. Aquí, supongo que por la proximidad, prácticamente todo el mundo estaba a favor de Alemania. Los argentinos se habían aglutinado en ciertos bares para aunar los ánimos hacia su selección. El centro de la ciudad lucía un ambiente espectacular. Toda la gente estaba en la calle disfrutando de la tarde mundialista y parece que a san Pedro se le había pasado el enfado.
Bicis de todos los tipos y tamaños




España por todos sitios
los famosos quesos holandeses
 


...bicicletas
y más bicicletas
 La cena la hicimos en un kebab donde nos pusieron unas patatas fritas que estaban muy buenas. Yo repetí.


Riquísimas las "patatuelas"...
Ya repuestos, continuamos nuestro paseo por el barrio Rojo y demás lugares conocidos de la ciudad. Yo hice de guía de Jesús enseñándole los sitios que hacía bastantes años habíamos visitado su madre y yo. Sobre las once arribamos a nuestro hotel para consumir nuestro merecido descanso.
Ámsterdam "la nuit"
 






Sin darnos apenas cuenta, el final del viaje se empezaba a adivinar. Aún quedaban algunas jornadas, pero el hecho de haber vuelto a la Europa “de toda la vida” me hacía tener la impresión de que la meta estaba cada vez más cerca.
Nosotros seguíamos manteniendo a nuestras “correspondientes” engañadas. Hoy les contamos que habíamos visitado un glaciar y que íbamos a acampar muy cerca de él. Que todo marchaba estupendamente. Y, para darles ánimos, que pronto nos tendrían por Córdoba.
El paseo por Ámsterdam con Jesús había terminado. Hacía años que yo había visitado aquella ciudad  con la madre del que ahora dormía a pierna suelta en mi misma cama, porque era la última cama libre que quedaba en aquel recoleto hotelito con vistas al canal.

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