martes, 15 de julio de 2014

Dia 15: Brujas, Paris (310 kms.)

Buenos días!
Hoy, igual que ayer, tendremos una descansada y breve etapa hasta llegar a la ciudad de la luz: París.
El día ha amanecido nublado pero no amenaza con llover. Después de desayunar y recoger las cosas de la acampada me encuentro con que no puedo depositar en ningún lado los restos del desayuno. Después de darle diez vueltas al camping, llego a la conclusión de que... ¡no hay papeleras en todo el camping!¡Manda carallo!.Entro en la recepción a preguntar, enseñando ostensiblemente la basura, que donde depósito ésto...
¡Nada!
¡No se enteran!
¡Creo que pretenden que se lo pregunte en flamenco!(la verdad es que no se me ocurrió preguntárselo por bulerias...)
Yo pienso que no es tan dificil:
... Un tetrabrick de zumo arrugado, una funda de lonchas de queso y salami vacía y algun que otro plástico, y yo, agitando la mano en ademán de arrojar el material a una papelera imaginaria en el centro de la recepción del camping.¡Pues nada! que no se enteran que les estoy preguntando que dónde están las papeleras. Los dos jovenzuelos de la recepción se encogen de hombros extrañados por mis gestos. Yo estoy a punto de reventar y mandarlos a la puñeta, por lo que salgo de la oficina con mi basura en la mano casi decidido a dejarla discretamente en cualquier esquina del establecimiento. Al dirigirme hacia la moto pensaba que lo único que me faltaba era que Jesús, encima, me recriminase que por qué había perdido tanto tiempo. Creo que al verme la cara decidió que era mejor no hacer ningún comentario. Cargamos las cosas en Caldera y como colofón, la basura a la espera de encontrar alguna papelera o contenedor a la salida del camping. ¡Et voilà!. Allí estaban. En la misma puerta de salida del camping, en un discreto recinto, una colección de contenedores para poder reciclar todas las basuras habidas y por haber. Lo que me acababa de ocurrir era una evidencia clara de:

a) Lo importante que es saber hablar inglés
b) Como mimo no me voy a poder ganar la vida
c) Los chavales de la recepción estaban "acarajotaos"

Salimos de la ciudad de Brujas y enfilamos hacia el sur en dirección a París. Todo el camino es por Autovía/Autopista con mucho tráfico. Enseguida que salimos de la ciudad nos enfrentamos a la cruda realidad que supone circular por una autovía atestada de coches y camiones. Pero es lo que hay. Los coches, los camiones y la mediana de hormigón nos asedian. No merece la pena intentar correr más para salir de este maremágnum. Más adelante hay más de lo mismo. Hay que tomárselo con paciencia y disfrutar de lo que tenemos por delante.
En principio llevamos la intención de hospedarnos en albergues juveniles, pero cambiamos de opinion ya que pensamos que en un hotel podremos tener nuestras pertenencias más seguras en una habitación personal cerrada con llave. En el único repostaje que tenemos que hacer hago una busqueda por internet y localizo un hotel céntrico relativamente económico.
Nuestra habitación de hotel en París

Vamos saltando de atasco en atasco acercándonos al hotel con la ayuda de nuestro TomTom. A mediodía estamos instalados en nuestra habitación dando cuenta de unos sandwichs (en París es todo mucho más fino y los bocadillos tienen más glamú). Hemos pensado comer en la habitación para no tener que perder el tiempo durante la visita. Hoy Jesús hará de guía. Él había estado aquí hace años con motivo de un intercambio en el instituto.
Lo primero que vamos a visitar es la torre Eiffel. No tenemos cita y no sabemos lo que nos vamos a encontrar. No sabemos si lo conseguiremos o nos tiraremos en las colas hasta que se haga de noche. Pero es lo que tiene el visitar sitios turísticos en “tiempo turístico”. 
Cogemos a Caldera y ¿qué nos encontramos?: Atascos y más atascos. Los scooters y la motos parisinas se desenvuelven bien entre los embotellamientos, pero nosotros con la Goldwing no queremos ser víctimas de un retrovisor o de una puerta asesina y vamos mucho más lentos.
 
de camino hacia la Torre Eiffel







 Proliferan por las calles de París los scooters de tres ruedas y nos sorprende ver la cantidad de Goldwings 2013 que pululan por todos lados. ¿Las regalarán?. Al fin aparcamos a Caldera a los pies de la “Tugguiffel” y nos quedamos asombrados a sus pies. Conforme subo la mirada hacia su pararrayos, la mandíbula inferior me la voy dejando abajo. No me hice un “selfi”, pero creo que se me quedó una cara entre asombrado,“pasmao” y cateto.
  Es impresionante que se hiciera semejante estructura hace tantos años. Las dimensiones de todo aquello son espectaculares….y como no, todo lleno de gente. Llenísimo de personal. En cada pie de la famosa torre había una cola que se giraba y se enredaba sobre sí misma para poder dar acogida a más personas y evitar que la fila humana llegase a Versalles.
Colas al pie de la Torre

 La pregunta era ¿Qué hora nos podía dar aquí para poder llegar hasta allí? (arriba se sobreentiende). Estudiamos la situación y vimos que lo más breve sería optar por la solución de subir andando hasta la primera etapa. Suponía subir trescientos sesenta escalones. Ni a Jesús ni a mí nos dan pereza las escaleras, así que nos armamos de valor y nos fuimos hacia la cola menos poblada: la de subir a patita. En poco más de media hora estábamos arriba. Ya estábamos a unos sesenta metros sobre el suelo y las vistas eran magníficas. Desde allí se apreciaba perfectamente la marea humana que había al pie de la torre esperando a subir. De pronto me atenazó la idea de qué pasaría si todas esas personas se subieran a la vez en la torre. ¿Aguantaría o se caería?.
-¡Ya estamos! ¿Y a ti para que se te ocurre pensar en esas cosas?
 Me puse como loco a buscar por Internet el peso en acero de la torre y la afluencia máxima de personas a la torre. Cuando comparé el número de personas multiplicado por 80 kgs de media y el peso de la torre, me dí cuenta que nuestro peso era insignificante, por lo que pude continuar la visita con más tranquilidad. En la primera planta había un detalle de “muy mal gusto” y era que había zonas de suelo que eran de cristal. Ello permitía, no que el visitante se asomase, sino que se colocase encima del vacío.
-Qué vacio más alto!.
Como dirían en Jaén: “la irgen nene, ni pollas,¡qué arto está esto!”.
Muy, pero que de muy mal gusto.
Sobre el cristal la sonrisa es de puro acongoje...je, je, je

en la primera planta
Pronto nos dispusimos a tomar el ascensor hacia la segunda planta y de allí a la tercera. No tardamos mucho en conseguirlo. En algo más de una hora estábamos en la azotea de la torre. Desde allí, las perspectivas sobre París son espectaculares, y sorprendentemente, la torre no se mueve.
-¡Qué miedo!




Allí nos hicimos las fotos y los “selfis” de rigor. Estuvimos reconociendo los puntos emblemáticos de la Ciudad de la Luz y haciéndonos una idea de las distancias que tendríamos que recorrer en su visita. Lo más llamativo y prominente en aquel horizonte urbano era el Sacre Coeur. Situado sobre la colina de Montmartre destacaba por su tamaño y blancura.
París es inmenso. ¡Qué aglomeración humana!. ¿Cómo se puede gestionar todo aquello y que no reviente como un ciquitraque?
Poco después iniciamos el descenso para dejar un poco más de espacio a los visitantes que aún tendrían que subir en lo que restaba de día. Durante el descenso tuvimos ocasión de ver trabajar a los obreros encargados del mantenimiento de la torre. Colgados con arneses se movían con soltura por la intrincada estructura de perfiles metálicos, repasando pinturas e iluminación a más de doscientos metros de altura.
Técnicos auscultando la estructura
Ya en la base de la torre revisamos el aparcamiento de la moto e iniciamos el paseo andando hacia los campos Elíseos. 
al pie de la Torre

 Resultaba un alivio poder movernos durante horas sin necesidad de los equipos moteros. Poder estirar las piernas en zapatillas de deporte, vaqueros y camiseta de manga corta y SIN CASCO era un premio. Nuestras rodillas y culos se podrían desentumecer después de 15 días inmóviles encima de nuestra montura.
En el arco del Triunfo
 Con salida en el Arco del Triunfo, a lo largo de los campos Elíseos fuimos dando cuenta de todas y cada una de las magníficas tiendas de coches.
Coches..
y más coches
 





menos mal que no íbamos con las parientas.
  Como hombres que somos, las de moda y joyerías fueron ignoradas completamente. Quise invitar a Jesús en una famosa heladería, pero se negó en redondo temiendo que nos fuesen a dar la estocada del siglo.
-¡Pero que austero eres, Cilindros! ¡Leche,Un día es un día!.
….Pero el helado no nos lo tomamos….
De vuelta hacia la moto, nos sorprendió un precioso olivo en una gran maceta engalanando la puerta de un restaurante. Era un signo, aunque enlatado, de proximidad con nuestra latitud y cultura mediterránea. 
 Volvimos a conducir a Caldera por las calles de Paris ya menos congestionadas. Disfrutando del aire sobre la piel de nuestros brazos. De nuevo, con ayuda del TomTom, llegamos al pie del Sacre Coeur. Aparcamos a Caldera en la misma calle del Moulin Rouge. Estaba atardeciendo y las calles próximas al santuario hervían por el bullicio de los turistas. Tiendas de souvenirs por doquier daban un colorido especial al entorno. Paseando por las adoquinadas y empinadas calles, ya que por las aceras era imposible, llegamos al inicio de las escaleras que conducían a la iglesia. Como era buena hora optamos por sentarnos en una de las terrazas que había por allí a hacer un descanso y tomarnos un perrito caliente. Allí tuvimos ocasión de chatear con la familia y amigos, mientras disfrutábamos del magnífico ambiente, de la temperatura, de todo…

merendando un perrito caliente
Fue, como el resto del viaje, un momento inolvidable. El viaje estaba siendo un completo éxito. Esta aventura, sin exagerar, se estaba convirtiendo en una sucesión continua de momentos inolvidables.
Después del merecido descanso, emprendimos la ascensión a la basílica del Sacre Coeur por las escaleras. Aquel día parecíamos Frodo y Sam Gamyi. ¡Venga a subir escaleras!


Por las rues de Montmartre

Vistas sobre Paris
 Visitamos la iglesia y el barrio de Montmartre mientras esperamos que se hiciese de noche. La gente se iba concentrando en la explanada delantera de la basílica para disfrutar del paisaje nocturno parisino. Un autentico espectáculo aderezado por los efímeros destellos de la torre Eiffel. 
Nos sorprendió la iluminación de la torre Eiffel
 Ya era de noche cerrada cuando volvimos al boulevard de Clichy y nos hicimos las fotos de rigor junto a la fachada del Moulin Rouge.
Sin comentarios naturales...

En uno de los más famosos lugares de París
 Después del ajetreado día, nuestros pies estaban agradecidos por podernos sentar en el amplio asiento de Caldera mientras nos transportaba cómodamente al hotel.
Había sido un día intenso. Con pocos kilómetros en moto y bastantes andando. Nos habíamos merecido el descanso.
Bonne nuit, Jesús
Bonne nuit, papá. 

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