lunes, 14 de julio de 2014

Día 14: Ámsterdam, Gante y Brujas (263 kms.)



¡Buenos días!.
Amanece en la ciudad de las bicicletas y los canales.  El plan para hoy es visitar las preciosas ciudades de Gante y Brujas. Como la mañana ha despertado gris, tenemos preparada la alternativa de seguir hacia París por si el tiempo se pusiera impertinente. No nos apetece, para nada, pasear bajo un día lluvioso.  Si tuviéramos que irnos a París, al menos, quitaríamos kilómetros a la cuenta del debe de este viaje.
Al no tener existencias en la despensa, lo primero que tenemos que hacer hoy es ir al “super”. Busco “Lidl Ámsterdam” en san Google y el mapa del teléfono me devuelve que tenemos uno a dos manzanas del hotel. Nos bajamos a la calle cargados con nuestros enseres y Jesús se queda cargando a Caldera mientras yo me acerco a hacer la compra. Una vez cargado lo necesario en el carrito, al intentar pagar me dicen que no aceptan MasterCard. No tengo metálico suficiente en la cartera por lo que voy a tener que ir a la moto a por dinero. No estoy lejos de Jesús y Caldera, pero este tipo de contratiempos son los que, inocentemente, hacen que se alarguen los tiempos en un viaje.  Media hora más tarde estábamos desayunando al pie del hotel acompañados por Caldera, cuya parrilla portabultos hacia siempre de improvisada mesa (con lo cual, ya no era tan improvisada).
Mientras desayunamos hemos investigado la compra y nos damos cuenta de que la he vuelto a liar con el agua mineral. Otra vez he pillado un agua de esas raras. Jesús se monda de risa.
-    Pero papá ¿no te das cuenta que el agua corriente y moliente no puede ir en botellas de plástico con colores?
-    ¡Yo que sé!¡Mira que les he dado vueltas a todas las marcas de agua!, pero es que no traen un puñetero rótulo en inglés. Todo lo que traen escrito en las etiquetas lleva muchas aes, jotas y haches. ¡No hay quien se entere de nada!¡Leches!
En estas intermedias, por una ventana situada a ras de suelo, se asoma una mujer de mediana edad con cara de pocos amigos. En inglés nos recrimina que por qué hemos aparcado ahí la moto. Se queja de que Caldera le tapa toda la ventana y le quita la luz a su habitación. Y es que en Ámsterdam es muy común que los edificios tengan semisótanos utilizados como tiendas, oficinas o viviendas. El acceso lo tienen desde la calle a través de unas estrechas escaleras paralelas al acerado de unos diez o doce escalones, protegidas por unas cancelas para que nadie se pueda caer. Abajo tienen como un pequeño rellano que da acceso a los inmuebles. Cuando la tarde anterior llegamos y aparcamos la moto, los inquilinos no deberían estar en casa y no nos avisaron de que allí no se podía estacionar. Así que los ocupantes de aquella vivienda, durante una noche, disfrutaron de un cuadro maravilloso titulado “Los bajos de Caldera” y no era precisamente una pintura de la escuela flamenca. Pedimos disculpas y retiramos la moto mientras terminamos de desayunar.
Si uno se para a pensar, en la vida normal de las personas normales, lo que sucede alrededor de cada cual es cotidiano y rutinario, sin embargo, cuando te encuentras de  viaje, cualquier cosa es susceptible de convertirse en algo fuera de lo común, cualquier situación puede ser una pequeña aventura inesperada. El hecho de aparcar la moto en la acera, cosa que afortunadamente podemos hacer en Córdoba, es lo más normal del mundo. Sin embargo lo acabamos de hacer a 3.000 kms. de casa y es motivo para que te puedas reír con tu hijo, te lo lleves en el recuerdo (¿te acuerdas cuando en Ámsterdam aparcamos la moto en la acera…?)), y además sea motivo para escribirlo en un blog. ¡Vivan los viajes en moto!.

- ¡Anda, deja de teorizar y vámonos para Gante que se hace tarde!.


La etapa de hoy, junto con la de mañana, será de las más cortas del viaje. Hoy 270 kms. y mañana 300. Nuestros culos lo van a agradecer.
Salir de Ámsterdam a las diez de la mañana es como salir de cualquier gran urbe con el tráfico normal de las diez de la mañana, pero observamos que por más que nos alejamos de la ciudad el tráfico no se hace más fluido. Hoy habrá que poner especial atención a la conducción. El tráfico por las autovías por las que circulamos es muy denso. Hay retenciones muy frecuentes. Hoy conduzco yo y voy aprovechando el carril imaginario que buscamos los moteros entre los retrovisores de los coches. Voy con mucho temor porque no sé como se las gastarán por aquí los polis de tráfico. Miro con frecuencia por los retrovisores hacia el cielo en busca de cualquier helicóptero fisgón. Hay veces que hasta circulamos por el arcén, unas veces solos, otras veces aprovechando el rastro de cualquier moto holandesa. Sé que hacerlo debe estar prohibidísimo aunque nunca me han multado por ello, pero aguantar el ritmo de los coches se me hace infumable. ¡Los atascos son para los “enlatados”!
Por fin llegamos a Gante. El cielo se ha abierto y disfrutamos de un sol espléndido para ver esta magnífica ciudad. Si nos parásemos mucho aquí no tendríamos tiempo para recorrer Brujas. Para visitar cómodamente esta ciudad y con la temperatura que hace, tendríamos que quitarnos los ropajes moteros, y por ende, buscar un sitio vigilado donde dejar la moto, los cascos, etc. No disponemos de tiempo para tanto, así que lo que hemos pensado es callejear por Gante subidos en la moto. Vamos a rodar despacito por las calles y ver lo que podamos en ese plan. Después de media hora, con nuestras retinas y el “carrete digital” cargado de postales de Gante, le decimos al tomtom que nos lleve hacia Brujas. Estamos a unos 60 kms y podremos estar allí para la hora de comer.
Colección de postales de Gante. La visita merece la pena.

El tiempo, espectacular
 










Como el tiempo ya no amenaza con llover hoy toca acampada. Hemos buscado en Brujas un camping que está en las afueras y hacia él nos dirigimos. Cuando el GPS nos indica que nos faltan 7 kms. para llegar a nuestro destino pasamos por una carretera cuyo firme era de hormigón y atravesaba una zona residencial de casas unifamiliares aisladas que nos dejó asombrados.¡Qué maravilla de entorno!¡Qué bonito estaba todo!. Eran casas no muy grandes ni ostentosas, pero hablaban de las personas que las moraban, y hablaban muy bien. No eran casas de estilo antiguo ni moderno. Cada edificio era una pequeña joya, tanto por el gusto que habían empleado en su diseño como por los materiales que habían utilizado en su construcción. Si una era bonita, la siguiente lo era más aún. ¡Qué gusto!. No había vallas ni cerramientos. La única separacion que había entre las propiedades eran parterres y maceteros de geranios, gitanillas y otras especies florales de muchos colores. Los céspedes eran auténticas alfombras de color verde intenso. Todo emanaba paz. Daba ganas de quedarse allí y no entrar en Brujas. Lamentablemente no saqué la máquina de fotos para inmortalizar ese paisaje urbano.
Llegamos por fin al camping. Hicimos el check-in y después de pinchar la tienda nos preparamos los bocatas del mediodía. Eran alrededor de las tres y media. El camping estaba casi lleno y alrededor de nuestra tienda teníamos vecinos de lo más variopinto. En todos se adivinaba una amplia cultura campista por el respeto, el comportamiento educado y la tranquilidad que se respiraba en todo el recinto. 
Acampada en Brujas


Consecuencia: Era el momento adecuado de cultivar esa costumbre tan española llamada SIESTA. Era lo que pedía el cuerpo y eso es lo que le íbamos a dar: El reposo del motero. No había prisa. No había que hacer kilómetros y además sabíamos que Brujas no se iba a ir de donde estaba. Nos desconectamos hasta las cinco de la tarde.
Ya despiertos, nos subimos en Caldera y fuimos hasta una calle junto a uno de los canales de Brujas. Allí la aparcamos y comenzamos nuestro paseo a pie por la ciudad. 
Iniciamos la vista a Brujas aparcando a Caldera.
La visita promete...
La fama de la ciudad es bien merecida. Brujas no defrauda, embruja. Es, junto a Gante, un conjunto arquitectónico maravilloso. Es un auténtico placer pasear su casco urbano, por la tranquilidad que se respira en cada una de las esquinas de sus calles. Hay muchos turistas, eso si. Pero la gente se comporta de forma muy educada y no hay sensación de bullicio. Vamos haciendo muchas fotos. Mientras Jesús y yo callejeamos por la villa no puedo dejar de acordarme de Marga. Ella era la que, en principio, iba a ser mi compañera en este viaje. No es que seamos unos viajeros empedernidos, pero cuando hacemos turismo juntos disfrutamos mucho de lo que vemos y sobre todo, el uno del otro. La recuerdo en visitas a otras ciudades y a otros lugares, siempre alegre y feliz. Disfruta con cualquier pequeño detalle: sentarse en el banco de un parque  a ver pasar la gente mientras descansamos, dando una vuelta por el mercado de abastos de cualquier pueblo, sobre todo si es de la costa… Echo de menos a mi viajera preferida.








Ya hemos andurreado bastante el casco histórico y he propuesto a Jesús sentarnos a probar las patatas fritas belgas. Hace no mucho vi en la televisión un reportaje donde hablaban del verdadero origen de las patatas fritas. Había quien opinaba que provenían de Estados Unidos, sin embargo otros eran partidarios de que su origen era belga. Nos sentamos en la terraza de un bar “patatero”. 

Una buena Leffe
Patatuelas en casa Vincent
Al lado teníamos una iglesia cuya torre era de las más altas de la ciudad. En la plaza había unos árboles muy frondosos que tamizaban la luz del atardecer. La calma del sitio era muy agradable y te contagiaba. Para acompañar a las patatas yo me pedí una contundente “Leffe”. ¡Qué rica estaba la puñetera”. Es una cerveza turbia y con mucho carácter. No es una cerveza para ir de cañas, pero perfecta para disfrutar aquel momento: Un magnífico sitio, la compañía de mi hijo mientras manteníamos una enriquecedora charla sobre motos, superado ya de largo el ecuador de nuestro viaje a cabo Norte y degustando unas exquisitas patatas fritas belgas. - ¿Qué más se puede pedir?
- Yo no quería pedir más. Sería lujuria.










Para disfrutar de un viaje, o de cualquier cosa en esta vida, no hacen falta grandilocuencias ni excesos. Disfrutar del valor de lo común y lo sencillo es suficiente para hacerte sentir feliz. 

A todo esto, el “enreas” número 1 del Royalenfil, Javier “Flexit” entra por guasap. Es una mente calenturienta que no para de maquinar. Yo estaba con mi hijo en Brujas disfrutando del momento, él en Madrid….
-Oye, que estaba yo pensando…¿Qué cuándo llegáis?¿que cuándo pasáis por Madrid?, porque… ¿pasaréis por Madrid?¿no?
- Hola Javier. Si, tenemos pensado pasar por Madrid. Creo que pasamos el jueves. Pero no sabemos a qué hora. Igual hacemos París-Córdoba del tirón. Tu le has dicho a Jesús que no será un motero hasta que no haga una etapa de 1.800 kms. y ¡para qué…! Dice que eso lo hace él ¡fijo!. Lo que queremos es pasar el menor calor posible en España. Estamos pensando en hacer etapas nocturnas.
Al rato Javier ya había hecho el roadbook.
-Vosotros salís de París el jueves tempranito y por la tarde estáis en Madrid. Dormís en casa y antes, vamos a ver a Emilio y Rubí a la tienda de Royal en Madrid y nos juntamos con “el Johnny” y con “Habi” y nos vamos a cenar por ahí. Voy a intentar convocar a toda la peña.
-¿Es un enreas?¿o no?.
Lo es, y además disfruta con ello. Su cabeza puede estar en cuatro sitios del mundo a la vez. Lo lleva todo para adelante. Es una mente privilegiada, pero enredando, más aún. Luego dicen las mujeres que los hombres no podemos pensar nada mas que una cosa a la vez. Javier piensa por todos los que cumplen esa premisa y no dan para más.
- Bueno Javier. Voy a ver si lo cuadramos y ya te digo.
A Jesús le pareció un magnifico plan. Las fechas cuadraban. Cuadraban incluso con la sorpresa que les queríamos dar a Marga y a Vanesa. Hoy, como realmente íbamos tres días adelantados respecto del plan inicialmente previsto, les contamos que habíamos subido al Preikestolen. Que las vistas desde esa roca a 600 metros de altura sobre el fiordo eran impresionantes y que teníamos los pies redondos de andar. No tenían mas remedio que creernos. Para nuestra seguridad y porque eran compinches de nuestra broma, en Córdoba había tres personas que sí sabían exactamente donde estábamos, mi madre y dos de mis hermanos.
La tarde iba cayendo y las sombras arrojadas por las casas cubrían las calles. El agua de los canales se tornó de color verde dorado. En el camino de vuelta, junto al gran canal que rodea la ciudad, pudimos ver algunos molinos de viento mirando al sol del atardecer.





Hoy nos íbamos a acostar temprano.El día había dado mucho de sí.
La visita a las dos ciudades belgas había cumplido nuestras expectativas.
Otra etapa del viaje se había cubierto.
Mañana sería otro día.

3 comentarios:

  1. Ehhh!! Enreas yo? Si sólo ibas a. Bajar a Granada en BMW....

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  2. Otra gratísima etapa del viaje. Gracias Jesús, esperamos la siguiente.

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  3. Excelente relato. Enhorabuena!

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